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“Estás vivo”
Hace un par de años tuve la oportunidad de asistir al Festival de esculturas de hielo y nieve de Harbin. Fantástico. Si se me permite el juego de palabras, diré que me quedé helado ante tanta maravilla artística. Lo había subestimado. Hasta entonces pensaba que las esculturas de hielo eran algo bastante tosco y aburrido visualmente -vista una, vistas todas-, pero nada más lejos de la realidad. Pude ver figuras de todo tipo y de todos los tamaños, algunas con gran lujo de detalles. Los artistas del hielo son tan creativos como cualquier otro y sus trabajos pueden incluir piezas sólidas o luces de colores en el interior de las composiciones que las hacen muy atractivas. Vi réplicas de obras clásicas de la arquitectura y de la escultura y todo tipo de creatividades. Y no sólo construcciones con hielo, también con nieve. En el festival, prácticamente todos los edificios están esculpidos en hielo; palacios, rascacielos, puentes… Uno se queda tan absorto con lo que ve que se le pasa el frío.
El caso es que en uno de los edificios, ya no recuerdo en cuál, había una serie de salones con paredes de hielo y esculturas en la parte central de cada uno de ellos. Era algo así como un museo. Cada estatua de hielo tenía una placa identificativa de color amarillo intenso y con letras en negro y rojo que indicaban el nombre de la obra y el de su autor o autora. Una de aquellas obras me llamó especialmente la atención. Era un hombre a tamaño real, pero con detalles no demasiado elaborados, de pie, desnudo, sin ninguna pose especial, como un maniquí esperando a que le vistan y le pongan en una postura sugerente. Me pareció como fuera de lugar, parecía la menos elaborada de las figuras. Y el nombre… ¿”Hombre vivo”? Pensé que era demasiado pretencioso para lo que tenía en frente. Recuerdo haber hecho el comentario en voz alta; entonces alguien se me acercó y me explicó lo que hacía única a aquella escultura. Cada poco tiempo, al menos dos o tres veces por hora, aparecía la escultora, acariciaba una parte diferente de su obra o le perfilaba algún detalle, y le susurraba una frase al oído: “estás vivo”. Me pareció muy curioso lo que me explicaban, así que decidí esperar a la artista y verlo con mis propios ojos. No tardó mucho en aparecer. Recuerdo que era una chica risueña, de piel clara, con las mejillas sonrosadas por el frío. Dio una vuelta alrededor de la escultura, como buscando imperfecciones. Se paró en frente de ella, dejó en el suelo una caja de herramientas que llevaba en la mano derecha y se quitó el guante de esa misma mano. Con el dedo índice de la mano descubierta y mirándole a los ojos, acarició a su hombre de hielo en línea recta desde el centro del pecho hasta unos pocos centímetros por debajo de la cintura. Luego se puso de nuevo el guante, acercó su cara al oído helado de la escultura y le susurró aquella peculiar frase. Le vi repetir el proceso un par de veces más antes de delatarme. Una vez se puso al lado del hombre de hielo, mirando en la misma dirección que lo hacía él, y colocó su mano desnuda sobre la cabeza helada como hacen los niños cuando juegan a comprobar entre ellos quién es más alto. Unos turistas le hicieron una foto así. En la siguiente ocasión se puso en frente de la escultura, muy cerca, con mucho cuidado. Entonces le plantó ambas manos desnudas en las nalgas como quien abraza a su pareja para darle un beso y mientras lo hacía le susurró la frase. En acabar vi como perfilaba los labios transparentes a la figura. Supongo que, al acercarse tanto y siendo de la misma altura,se los fundió un poco con su aliento. Cuando acabó me acerqué a ella y le pregunté por lo que hacía. Me explicó que, a diferencia de otros escultores de hielo y nieve, lo que exponía no era una simple figura elaborada con esos materiales. De hecho, todavía no había completado su obra y todavía no sabía cuál sería el resultado. Su objetivo era provocar al objeto (no al público, como pudiera parecer), sugestionarlo, de algún modo “hacerlo vibrar” hasta convertirlo en otra cosa. Su obra realmente consistía en transmutar un objeto aparentemente inerte y frío en otro de algún modo vivo -cálido, si cabe- a través de su actitud hacia él y las palabras usadas para definirlo. Me dejó boquiabierto. El concepto no era nuevo, en muchas religiones se expresa de un modo u otro, pero era la primera vez que conocía a alguien tan convencido de que era posible que lo ponía en práctica.
Aquella escultura y su autora invadieron mis pensamientos durante el resto del día. Tanto así que aquella noche soñé con ellas. Es más, soñé que yo mismo era la escultura. Primero sentí frío. Vi como el guarda de seguridad me miraba con curiosidad y un cierto punto de escepticismo. Estábamos solos en la sala. Seguidamente empecé a ver gente y a la escultora en escenas inconexas. Sentí cómo unas veces me acariciaba un brazo, otras una pierna, otras me daba un abrazo… También sentí cómo pulía diferentes partes de mi cuerpo, desde los testículos hasta una oreja. Con cada escena oía el mismo mensaje de fondo: “estás vivo”. El calor de la piel de la escultora y la suavidad con la que me tocaba me excitaban. Y cada vez me sentía más y más excitado. Finalmente me vi de nuevo a solas con el guarda. Volví a sentir frío en el cuerpo. Ahora le veía como si yo fuese bastante más pequeño o estuviese arrodillado frente a él y él me miraba con cara de incrédulo. Ahí acabó el sueño.
La mañana siguiente los protagonistas de mi sueño eran noticia en toda la prensa de Harbin y alrededores. Los medios entrevistaban al guarda de la sala donde se exponía al “hombre vivo” y éste explicaba que de madrugada, justo cuando las temperaturas eran más bajas, la escultura empezó a derretirse sin explicación hasta convertirse en una montaña de hielo deforme. La autora, por su parte, explicaba orgullosa el propósito de su obra y el éxito de su técnica. Yo… No me acerqué al lugar de los hechos ni le expliqué nunca mi sueño a nadie. Es más, todavía intento convencerme de que todo fue casualidad.
David Comuñas
(Conte i il·lustració)
(podeu trobar més contes de David a: http://eqhesdabit.art/)
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